18.12.08

Hoja milenaria


Más allá la puedes encontrar, nos dijeron, señalando el fondo del mercado, hacia las débiles luces de los postes. Hace unos minutos, acabábamos de bajar del taxi. Un inmenso campo se nos abría en frente de nuestros ojos. La arena tibia bajo nuestros pies y la oscuridad de la noche nos abrazó. Ingresamos y una alameda enorme, con un monumento que la luz de la luna no llegó a revelar, como una enorme zanja, una vena abierta, que dividía el campo. Y ya estábamos dentro del Mercado de Productores de Santa Anita. Un rumor de fiesta y un aroma al sentir de un pueblo inundaba el espacio. Mil cocaleros, entre dirigentes y productores, estaban allí congregados, juntos y revueltos compartiendo. El congreso de cocaleros resultaba un éxito (hace dos días se había inaugurado), y los rostros pintados con la luz de la luna que bailaban alrededor del árbol (improvisado) de la yunza, invitaban a seguirles. Pero...¿ella? ¿dónde estaba? Ahora, parados con libretas en la mano, mirando los cuerpos al compás de un huayno, debatimos. ¿Vamos hasta ahí? ¿Si no hay nada?. Nos encaminamos hacia allá, donde nos señalaron, alejándonos de la bulla. Los amplios stands del mercado, ora vacíos, ocultaban secretos; y más allá, sobre el podio, un grupo de personas ordenan unos papeles y mastican algo compulsivamente. Llegamos y otra vez la misma pregunta. Se ha ido a descansar, ella ya no está; nos responden los dientes verdes aún con coca. Queremos hacerle una entrevista. Un momentito. Al momentito, llegó y nos presentó al compañero Zavala. Acá todos se tratan de compañeros. Parece que no hubo ningún problema, porque ya estábamos caminando hacia el lugar donde descansaba; está escondido, susurró Zavala. Un hombre que lo acompañaba nos acercó un puñado de coca, que con pericia, empezamos a chaccchar. El sabor metálico, el bolo verde que se atraca. Llegamos al punto. Un momentito (el segundo), no está, la vamos a buscar. En su reemplazo, llegaron Cabrera, representante del Alto Huallaga, y Emilio, otro cocalero de Huaitia. Zavala les indicó que hablaran con nosotros... por mientras. Con agrado recibimos a nuestro nuevo cortejo, la coca se acababa, las bocas se adormecían, el viento no producía la sensación de frío, y la conversación no amenguaba. Ella no llegaba. Ni siquiera aparecía. La coca no dio abasto, prendimos dos cigarros. De entre la sombra, salió Zavala acompañado del mismo tipo que nos dio la coca. Nos llevó a una carpa, donde un grupo de personas tomaban infusiones en tazones. Mate de coca, obviamente. Ahí está, indicó Zavala. La línea que seguía su dedo, apuntaba un grupo de cuatro personas conversando acaloradamente. Ahí estaba. Entonces, Zavala se acercó a ella, le dijo algo al oído, con una seña hizo que nos acercáramos. Nos despedimos de nuestro emisario y Zavala se alejó, pronto, ya estaba dentro de la sombra. Nos sentamos, pedimos dos tazas para nosotros, encendimos la reportera y la entrevista con Nancy Obregón empezó.

Cuando la cinta se detuvo, seguimos hablando. Nos comentó que las actividades habían resultado agotadoras y que el día de mañana les esperaba una movilización hasta el congreso, llevando su proyecto de ley sobre el cultivo de coca. Andaba algo cansada, y la coca ayudaba. Pero el sueño, aliviaba. Se despidió. Dos hombres, que durante la entrevista aguardaban al lado acechantes, la siguieron. Su seguridad, nos enteramos gracias a la dueña de la carpa. Luego, nos cobró por los mates de coca. Los de nosotros y los que Nancy olvidó pagar.

17.12.08

Pasado humalista (solo por motivos de investigación)


Una mano nacionalista
Reciban mi saludo y mis más sinceras felicitaciones, compañeros ¡nacionalistas! Soy estudiante libre de periodismo en la universidad de San Marcos, y hace poco encontre el diario La Olla en el kiosco de mi casa en el Rímac, lo compré y no he podido dejar de leerlo. Cansado de los medios tradicionales y que responden a grupos economicos, La Olla es una opción realmente nacionalista. Quisiera saber si es que me puedo contactar con alguno de los redactores y poder ayudarlos, o ser asistente, tengo algo de tiempo, y como sigo cursos de periodismo, creo que en algo puedo ayudarlos. Espero su pronta respuesta. Saludos fraternos.
M. B.


Hola M. Gracias por tu desinteresada colaboración. No dudaremos en solicitar tu ayuda en los temas de relacionados a tu profesión. Dentro de rediseño de la web estamos contemplando áreas de foros de diálogo, muy bien podrías ayudarnos como moderador. Habrá también un espacio de publicaciones libres, así podremos recibir "n" publicaciones que habrá que leer para seleccionar las más destacadas y luego ser publicadas. Tu ayuda será valiosa. Se nos ocurre también crear un espacio de concurso por ejemplo entre estudiantes de Periodismo de las diferentes Universidaes.... todo es posible pero necesitaremos "manos" para lograrlo, poco a poco. Cada uno de nosotros podemos ayudar en la divulgación de nuestro sitio web, hagamos de www.laolla.org la VOZ de todos los peruanos que clamamos ser escuchados.
Cualquier consulta o sugerencia no dudes en enviérnoslas por este medio. Muchos saludos. El Equipo de LaOlla.org


PD: Primer contacto con el señalado y oscuro Jorge Miranda, director del pasquín humalista La Olla

Seniles y arrechos


X,
¿debería sentirme mal por haber devorado tu libro y que el placer de su lectura no sea solo "intelectual"? Vamos, que el texto emociona y arrecha. Me gusta que la voz enunciante no sea una fémina histérica ni mucho menos histórica del feminismo. Digamos que como macho feminista, el libro me encantó. Además debo pedirte disculpas por la noche de aquel día: la tímidez me cortó todito. 

En recompensa te contaré una historia deliciosa. ¿Te diste cuenta que la mayoría del público eran ancianos? A las seis y media ya estaba cuadrado en el anfiteatro y la numerosa presencia de estos señores y señoras, vestidos estrafalariamente, me desconcertaba. ¿Acá se presentará X? Había una señora que se parecía a esa abuela desquiciada de Requiém por un sueño, hasta el vestido era idéntico. Apestaba a orín y a rancio. Cada persona que estaba por su lado, hacía muecas y se largaban. Otras señoras, delante mío, hablaban de adoptar un niño pero en Chile porque acá son muy cholitos. Después, llegó un tipo más joven, pintón, y la saludó. Por el acento, por la manera cómo se desplaza y las barbaridades que decía este tipejo tenía inequívocamente problemas mentales. Además conocía a la señora de réquiem. Entonces tanta coincidencia me pareció demasiada. Me alejé del árbol y ví el bosque. ¡Una delegación de algún asilo o psiquiátrico (leve) había asistido a esa velada! Bizarro sin duda. Un viejito le gritaba chavón a B., otro se paró en plena presentación a quitarse el saco y definitivamente, una noche surreal.

Bueno, ¿te quedas en Lima un tiempo? ¿Nos juntaremos, ahora que ya exorcizé mi timidez?

M.

24.11.08

Escribir en el aire II

¿Por qué publicas eso, tan a lo "tabucchi"? ¿Crees que nadie se va a dar cuenta? Bah, lo único posible es escribir en el aire. Palabras que se las lleva el viento.

18.11.08

Crash


Viajando a Miraflores en una movilidad tuvieron un accidente (que pudo ser peor y hasta trágico, se quedó en la anécdota). Triple choque, en el golf, el carro de ellas al medio, pan con pescado, bomberos, sangre de las señoras de atrás, cerraron la calle, policía, yo estaba hablando por celular y presencie auditivamente el choque. El celular se cayó al otro lado y empecé a escuchar el ambiente, algo raro. Aguardé, llamé de vuelta y habían chocado. Fui embalado y por más que me dijo que estaban bien, acercarse al lugar con las sirenas y la gente y todo es fatal, atroz. Friquea. Ahí te enteras que la sirena de una ambulancia es distinta a la de los bomberos y distinta a la de la policía. F. decía que le dolía el cuello, llegué y la vi con collarin dentro de la ambulancia. M. cojeaba, le dolía la pierna. Un caos. Todos a la clínica el golf y sufrir por las putas burocracias del soat. Horas. Acabamos de llegar hace un rato.

9.11.08

Solo es posible escribir en el aire I


Hace unos días, me topé con un entrañable amigo. Aunque en este caso convendría aclarar que Manolo se encontró conmigo. Vino entre acalorado y frenético. Algo le preocupaba. No por una previsible tragedia sino por la frescura de lo acontecido, por lo inverosímil de su día, que en esa noche, estaba llegando a su fin. El vino y los cigarros nos acompañaron durante casi tres horas. Yo escuchaba, Manolo hablaba con emoción y armaba un relato entretenido y me conducía con destreza a sorpresas y sobresaltos, como a carcajadas y sonrisas. Apenas se hubo ido, supe que tenía que escribir esta primera parte del post. Además, supe que tenía que transcribir, antes que la memoria traicione, lo que me acababa de contar. Mientras lo escribía, estaba seguro, como dice Paul Auster, que es el azar, la instancia que dicta y canta la vida de algunos. A continuación, el testimonio que recogí del propio Manolo Bonilla:

“Sostiene Manolo que cuando el horario de su reloj se estacionó en el número tres, estaba ya fuera de la universidad. Su vestimenta era casual, un chaleco azul relleno de plumas que a veces, llega a quemar la espalda, sostiene. Era un día con el cielo encapotado. Sostiene que ella lo acompañaba y que las risas eran frecuentes en la conversación que mantenían.  Aclarar su nombre no ayudaría a ésta historia, y es algo que ella agradecería, sostiene Manolo. Describirla es ejercicio de memoria, sostiene Manolo, y su sonrisa. Solo su sonrisa. Se detuvieron y el hambre se dibujaba en sus rostros, se debatía el lugar donde comer, algunos potenciales locales huían de la imaginación y de los bolsillos. Sostiene Manolo que ella le dijo que quería comer algo distinto, al menos en un lugar distinto. Solemnemente, propuso la idea de ir al Rovegno. Una confitería, restaurante, pastelería y salón de te, de dueños italianos y grandes ventanales, de chessecakes algo secos y de mejores tiramizús, de éxoticos estofados de osabuco y felices y rojas lasagnas. El local queda en la cuadra cuatro de la avenida Arenales, justo en la división con República de Chile, a cien metros del Centro Cultural Español y a un par de cuadras de la casa del embajador norteamericano. Las páginas amarillas dicen que cuentan con otro local, en San Isidro. El viaje en una custer de la línea 28 se hizo llevadero y pronto, pronto, tuvieron que bajar. En la tercera cuadra de la Arequipa, le dijo al cobrador ‘baja, ministerio’. Sostiene Manolo, que el cálculo le falló en algunas cuadras y tuvieron que caminar. Sostiene que respondió su pregunta acerca de cómo llegó a ese lugar, recordó las veces que su papá (que también se llama como él) lo llevaba de la mano, cuando era niño, a comer postres después del almuerzo de los domingos. Sostiene que también pensó que el aviso del Rovegno que se veía a lo lejos, semejaba el de un hostal, con las cinco estrellas incluidas, y que reparó que la Arenales como su hermanastra Petit Thouars, están repletas de hostales. Sostiene que la miró y sonrió, como adivinando su pensamiento. Manolo sostiene que éstas situaciones, de risas y miradas sin palabra alguna, se repetirán todo el resto de su relato y que en cada una de ellas, la motivación era distinta. Como algo ya escrito...

6.11.08

Carnívoro


Fueron dos o cuatro (siempre en cadencia par) copas de vino las desencadenantes, las culpables, de lo que iba a venir. A contracorriente con las novelas policiales y de intriga, donde la revelación de las causas del crimen siempre se reserva para el final; esta vez era sumamente claro como el espejo de un baño después de limpiar el vapor, que ella había pecado. De pensamiento, palabra, obra u omisión. Lo peor de todo es que era por mi culpa, por mi gran culpa. Los dos platos estaban alejados, pero sobre la misma mesa. De pronto mi “segundo” se vio descolorido, como el maizal en otoño, y presentí que le faltaba algo de verde, de grass, de primavera. No muy lejos estaba su plato rebosante de zanahorias, espárragos, vainitas, lechuga, albaca, tomate y unos aliños de colores de pantonera. Suculenta presa. Suculenta cosecha más bien. Pero lo gracioso es que a diferencia de una presa del reino animal que requiere de estrategia o de supremacía física, esta conquista se presentaba fácil, como para chuparse los dedos después. Llegó entonces a su encuentro sin cuidar el sigilo de sus piernas adormecidas, la sed que se tatuaba en su garganta y las ganas que se pegaban a su piel. Ella no despertaba ni levantaba barreras a sus áreas verdes. Indefensas. Entonces fue como un tigre con una cebra. Primero, la complicidad, el acomodarse a su respiración, pausada, a tantearla. Descubrir sus flancos débiles, los espacios en que los brócolis no hacían mella y permitían una entrada asolapada. Luego, la sorpresa, la defensa de su plato de sana alimentación. Pero la carne no viene sin aromas como la barba no viene sin raspar mejillas. Entonces ella devoró y no dejó de agradecerle entra bocado y bocado, abrió sus fauces y embutió lo que a ciegas adivinaba como el más suculento de los manjares prohibidos.

***

Hacía frío en Camaná. Creo que ya lo había dicho. El balneario, desde la terraza donde estaban, envuelto en bruma podría convertirse en la locación de un cuento de Lord Dunsany. Con visos de casona virreinal, vuelta terraplén de exquisiteces de la oligarquía provinciana, el restaurante mostraba ambos estilos sobrepuestos, acoplados sin gracia ni son. No se podía pedir más. Entonces iban caminando por el malecón comentando el absurdo de lo que había leído hace algunos meses acerca de la institución carne en Argentina. Los argumentos en realidad no tenían mucha solidez y no resulta pertinente reproducir los diálogos aquí. Lo cierto, lo verídico y acaso lo real es que luego hablaron acerca de la embriaguez y de la épica de la escritura posterior. No pudieron avanzar mucho en el tema. Las palabras se perdían en esa niebla (o ¿bruma?) de Lord Dunsany. La vegetariana no había leído a Lord Dunsany. Tampoco el carnívoro. Aclaremos entonces que la metáfora es mía.

***

El cuchillo empezó su ir y venir y la carne ofrecía una leve resistencia que no tardó en desvanecerse. Entonces, la alpaca sangró.

***

Retomemos eso de los suculentos manjares prohibidos. O de las prohibidas suculencias del manjar. Allí estaban cuando se había esfumado cualquier muro-de-Berlín que separen sus tenues diferencias. Derrumbado entonces no existía la necesidad de tomar un atajo, bastaba ir directo, sin roces, a la eterna comunión de los cuerpos en el horizonte. Eterna mientras dura. En concreto, cinco minutos. Como en un secuestro de la razón, las maneras se volvieron moderadas y exageradamente corteses. Era momento del bajativo.

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Caer al abismo del absurdo o escalar las cimas del despropósito. Las pesadillas, entonces, no eran otra cosa que las comidas que te caen mal, te caen bomba o te caen pesadas. Como las quesadillas o las raspadillas.

Autoficciografría en tercera persona

¿Se podrán escribir grandes épicas desde la embriaguez? ¿Dónde termina el recuerdo y empiezan la confusión, la conjura de hechos inconexos y el rumor de una batalla antigua? La sobriedad, por otro lado, me parece plana, opresiva y asfixiante. Las licencias que propicia el alcohol son simplemente liberadoras e insondables. El temple y la garganta de un bebedor son las puertas de la recepción de un futuro acaso escrito, de un garabateado evento que se adivina sobre la niebla de una resaca. ¿Pasó realmente? ¿Seré yo?