24.11.08

Escribir en el aire II

¿Por qué publicas eso, tan a lo "tabucchi"? ¿Crees que nadie se va a dar cuenta? Bah, lo único posible es escribir en el aire. Palabras que se las lleva el viento.

18.11.08

Crash


Viajando a Miraflores en una movilidad tuvieron un accidente (que pudo ser peor y hasta trágico, se quedó en la anécdota). Triple choque, en el golf, el carro de ellas al medio, pan con pescado, bomberos, sangre de las señoras de atrás, cerraron la calle, policía, yo estaba hablando por celular y presencie auditivamente el choque. El celular se cayó al otro lado y empecé a escuchar el ambiente, algo raro. Aguardé, llamé de vuelta y habían chocado. Fui embalado y por más que me dijo que estaban bien, acercarse al lugar con las sirenas y la gente y todo es fatal, atroz. Friquea. Ahí te enteras que la sirena de una ambulancia es distinta a la de los bomberos y distinta a la de la policía. F. decía que le dolía el cuello, llegué y la vi con collarin dentro de la ambulancia. M. cojeaba, le dolía la pierna. Un caos. Todos a la clínica el golf y sufrir por las putas burocracias del soat. Horas. Acabamos de llegar hace un rato.

9.11.08

Solo es posible escribir en el aire I


Hace unos días, me topé con un entrañable amigo. Aunque en este caso convendría aclarar que Manolo se encontró conmigo. Vino entre acalorado y frenético. Algo le preocupaba. No por una previsible tragedia sino por la frescura de lo acontecido, por lo inverosímil de su día, que en esa noche, estaba llegando a su fin. El vino y los cigarros nos acompañaron durante casi tres horas. Yo escuchaba, Manolo hablaba con emoción y armaba un relato entretenido y me conducía con destreza a sorpresas y sobresaltos, como a carcajadas y sonrisas. Apenas se hubo ido, supe que tenía que escribir esta primera parte del post. Además, supe que tenía que transcribir, antes que la memoria traicione, lo que me acababa de contar. Mientras lo escribía, estaba seguro, como dice Paul Auster, que es el azar, la instancia que dicta y canta la vida de algunos. A continuación, el testimonio que recogí del propio Manolo Bonilla:

“Sostiene Manolo que cuando el horario de su reloj se estacionó en el número tres, estaba ya fuera de la universidad. Su vestimenta era casual, un chaleco azul relleno de plumas que a veces, llega a quemar la espalda, sostiene. Era un día con el cielo encapotado. Sostiene que ella lo acompañaba y que las risas eran frecuentes en la conversación que mantenían.  Aclarar su nombre no ayudaría a ésta historia, y es algo que ella agradecería, sostiene Manolo. Describirla es ejercicio de memoria, sostiene Manolo, y su sonrisa. Solo su sonrisa. Se detuvieron y el hambre se dibujaba en sus rostros, se debatía el lugar donde comer, algunos potenciales locales huían de la imaginación y de los bolsillos. Sostiene Manolo que ella le dijo que quería comer algo distinto, al menos en un lugar distinto. Solemnemente, propuso la idea de ir al Rovegno. Una confitería, restaurante, pastelería y salón de te, de dueños italianos y grandes ventanales, de chessecakes algo secos y de mejores tiramizús, de éxoticos estofados de osabuco y felices y rojas lasagnas. El local queda en la cuadra cuatro de la avenida Arenales, justo en la división con República de Chile, a cien metros del Centro Cultural Español y a un par de cuadras de la casa del embajador norteamericano. Las páginas amarillas dicen que cuentan con otro local, en San Isidro. El viaje en una custer de la línea 28 se hizo llevadero y pronto, pronto, tuvieron que bajar. En la tercera cuadra de la Arequipa, le dijo al cobrador ‘baja, ministerio’. Sostiene Manolo, que el cálculo le falló en algunas cuadras y tuvieron que caminar. Sostiene que respondió su pregunta acerca de cómo llegó a ese lugar, recordó las veces que su papá (que también se llama como él) lo llevaba de la mano, cuando era niño, a comer postres después del almuerzo de los domingos. Sostiene que también pensó que el aviso del Rovegno que se veía a lo lejos, semejaba el de un hostal, con las cinco estrellas incluidas, y que reparó que la Arenales como su hermanastra Petit Thouars, están repletas de hostales. Sostiene que la miró y sonrió, como adivinando su pensamiento. Manolo sostiene que éstas situaciones, de risas y miradas sin palabra alguna, se repetirán todo el resto de su relato y que en cada una de ellas, la motivación era distinta. Como algo ya escrito...

6.11.08

Carnívoro


Fueron dos o cuatro (siempre en cadencia par) copas de vino las desencadenantes, las culpables, de lo que iba a venir. A contracorriente con las novelas policiales y de intriga, donde la revelación de las causas del crimen siempre se reserva para el final; esta vez era sumamente claro como el espejo de un baño después de limpiar el vapor, que ella había pecado. De pensamiento, palabra, obra u omisión. Lo peor de todo es que era por mi culpa, por mi gran culpa. Los dos platos estaban alejados, pero sobre la misma mesa. De pronto mi “segundo” se vio descolorido, como el maizal en otoño, y presentí que le faltaba algo de verde, de grass, de primavera. No muy lejos estaba su plato rebosante de zanahorias, espárragos, vainitas, lechuga, albaca, tomate y unos aliños de colores de pantonera. Suculenta presa. Suculenta cosecha más bien. Pero lo gracioso es que a diferencia de una presa del reino animal que requiere de estrategia o de supremacía física, esta conquista se presentaba fácil, como para chuparse los dedos después. Llegó entonces a su encuentro sin cuidar el sigilo de sus piernas adormecidas, la sed que se tatuaba en su garganta y las ganas que se pegaban a su piel. Ella no despertaba ni levantaba barreras a sus áreas verdes. Indefensas. Entonces fue como un tigre con una cebra. Primero, la complicidad, el acomodarse a su respiración, pausada, a tantearla. Descubrir sus flancos débiles, los espacios en que los brócolis no hacían mella y permitían una entrada asolapada. Luego, la sorpresa, la defensa de su plato de sana alimentación. Pero la carne no viene sin aromas como la barba no viene sin raspar mejillas. Entonces ella devoró y no dejó de agradecerle entra bocado y bocado, abrió sus fauces y embutió lo que a ciegas adivinaba como el más suculento de los manjares prohibidos.

***

Hacía frío en Camaná. Creo que ya lo había dicho. El balneario, desde la terraza donde estaban, envuelto en bruma podría convertirse en la locación de un cuento de Lord Dunsany. Con visos de casona virreinal, vuelta terraplén de exquisiteces de la oligarquía provinciana, el restaurante mostraba ambos estilos sobrepuestos, acoplados sin gracia ni son. No se podía pedir más. Entonces iban caminando por el malecón comentando el absurdo de lo que había leído hace algunos meses acerca de la institución carne en Argentina. Los argumentos en realidad no tenían mucha solidez y no resulta pertinente reproducir los diálogos aquí. Lo cierto, lo verídico y acaso lo real es que luego hablaron acerca de la embriaguez y de la épica de la escritura posterior. No pudieron avanzar mucho en el tema. Las palabras se perdían en esa niebla (o ¿bruma?) de Lord Dunsany. La vegetariana no había leído a Lord Dunsany. Tampoco el carnívoro. Aclaremos entonces que la metáfora es mía.

***

El cuchillo empezó su ir y venir y la carne ofrecía una leve resistencia que no tardó en desvanecerse. Entonces, la alpaca sangró.

***

Retomemos eso de los suculentos manjares prohibidos. O de las prohibidas suculencias del manjar. Allí estaban cuando se había esfumado cualquier muro-de-Berlín que separen sus tenues diferencias. Derrumbado entonces no existía la necesidad de tomar un atajo, bastaba ir directo, sin roces, a la eterna comunión de los cuerpos en el horizonte. Eterna mientras dura. En concreto, cinco minutos. Como en un secuestro de la razón, las maneras se volvieron moderadas y exageradamente corteses. Era momento del bajativo.

***

Caer al abismo del absurdo o escalar las cimas del despropósito. Las pesadillas, entonces, no eran otra cosa que las comidas que te caen mal, te caen bomba o te caen pesadas. Como las quesadillas o las raspadillas.

Autoficciografría en tercera persona

¿Se podrán escribir grandes épicas desde la embriaguez? ¿Dónde termina el recuerdo y empiezan la confusión, la conjura de hechos inconexos y el rumor de una batalla antigua? La sobriedad, por otro lado, me parece plana, opresiva y asfixiante. Las licencias que propicia el alcohol son simplemente liberadoras e insondables. El temple y la garganta de un bebedor son las puertas de la recepción de un futuro acaso escrito, de un garabateado evento que se adivina sobre la niebla de una resaca. ¿Pasó realmente? ¿Seré yo?